Autor: Arq. Mgs. Diego Hidalgo Burneo
El
espacio público es, en ciertas ocasiones, un fin en sí mismo –para la
consecución de objetivos públicos-. O, si se quiere, un medio para la
consecución de fines privados. Es decir, nos integramos comunitariamente en un
espacio público siempre en la búsqueda de cumplimentar intereses colectivos
pero que, a fin de cuentas, resultan ser reproducciones o amplificaciones de
nuestros intereses individuales y que además, por convicción o porque resulta
imperativo, requiere de un despliegue logístico en el espacio público.
El
espacio público es, en otras ocasiones, un vínculo estricto entre otros
espacios (público-público, privado-privado o público-privado) pero que, per se, solo releva importancia si sirve
para el intercambio o el desplazamiento. Abstrayendo, el espacio público, en
este sentido, lo es siempre que proceda la comunicación de objetos materiales o
de objetos mentales a escalas reconocibles o de alcance comunitario.
La
finalidad confesa de este artículo
reside en proponer la ralentización de los flujos de circulación humana,
gravemente re-definidos con la aparición del automóvil para, ojalá, modelar en
debates posteriores situaciones de construcción de la identidad en tanto, a
menores rapideces de desplazamiento, es plausible imaginar mayores posibilidades
de percepción racionalizada de la realidad y, consecuentemente, si se aporta
también desde el diseño urbano-arquitectónico, se conseguiría una mayor
apropiación del asiento de esos flujos: el espacio público.
Entonces,
el propósito señalado antes se facilitaría de manera considerable si
metodológicamente se disocia el espacio público en una doble significación:
como espacio extremo o como espacio intermedio, caracterizado en ambas esferas
como un espacio de integración comunitaria o como un espacio de transición,
respectivamente.
Espacio
público como espacio extremo: de integración comunitaria
El
espacio público ha sido siempre el continente para la construcción de la
ciudadanía y para la construcción de la ciudad; es decir, se ha manifestado en
una doble dimensión política-urbana donde se insinúan insistentemente
determinados elementos en su evolución –o al menos en su interpretación-.
Por
una parte, se destaca la permanente lucha
de poderes en tanto el dominio potencia su sentido en el espacio público,
«…cuando es conocido y reconocido por los ciudadanos» (Salcedo, 2011, p. 69); se admite así marcas de inestabilidad, exclusión
y asimetría entre sus actores: grupos hegemónicos y otros colectivos
secundarios.
Además,
este debate bien puede mudar hacia un soliloquio de grupos elitistas, con
énfasis en las oligarquías económicas, al revelarse también a través de los
medios de comunicación masiva que siempre, o casi siempre, responden a los
intereses económicos y políticos de sus propietarios[1].
Por
otra parte, no obstante de lo dicho antes -¿o precisamente por ello?-, parte de
la querella contemporánea por revitalizar el espacio público reposa en su democratización: «un espacio público
difícilmente podría ser entendido como tal si en él estuviesen prohibidas
ciertas actividades o cierto tipo de personas, más allá de lo que el sentido
común de una cultura o el ciudadano del mismo espacio permiten...» (Neira, 2011, p. 34). Se apunta entonces, como
requerimiento de esos espacios, que posean accesibilidad al medio físico, así
como accesibilidad cognitiva y moral (espacios democráticos que garanticen la libertad
de asociación, de conocimiento y de
opinión personal).
Entonces,
el espacio público aquí es pretendido como un derecho fundamental de las
sociedades en tanto se recrea como predecesor de la construcción de la ciudadanía,
pero también de la individualidad dado que los intereses comunes librados en el
espacio público dejan ver necesariamente la puesta en escena de los intereses
particulares: nadie socializa si no es en función de libertades individuales
que, en la coincidencia con los otros, pueden mutar hacia lo colectivo.
Espacio
público como espacio intermedio: la transición
Tantos
los intercambios de información como los desplazamientos suceden en un espacio
físico. Los primeros se dan a través de ondas electromagnéticas principalmente,
mientras que los segundos son la expresión básica del espacio recorrido en un
tiempo determinado. O sea, aparece una variable de alta importancia: la rapidez
con la que ocurren.
Ahora
bien, la rapidez en los procesos de intercambio de información es
particularmente inmediata, por lo cual no percibimos su flujo sino con la
razón: son virtuales en este contexto. Con los desplazamientos de cuerpos en
cambio sucede que son absolutamente asibles en tanto son percibidos por
nuestros sentidos.
Lo
que interesa aquí es reconocer que esos flujos tejen redes de comunicación que
poseen, aun en su aparente desorden, lógicas particulares y colectivas. Sobre
todo, es relevante saber que esas redes se asientan, especial y
mayoritariamente, en el espacio público.
De
todos modos, la apropiación del espacio público por parte de los ciudadanos se
justifica plenamente dado que el objetivo final del ‘ser’ humano -la
construcción de la identidad-, no es ni arbitrario ni caprichoso siempre que se
corresponde con la lucha diaria y constante de él: la búsqueda de las
respuestas a las únicas preguntas que vale la pena plantear: ¿quiénes somos?,
¿de dónde venimos? y ¿hacia dónde vamos? (Reeves et al., 1996, p. 3)
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Imagen 1. Calle
Bolívar y Plaza de Santo Domingo (Loja-Ecuador).
El
espacio público dual: integración comunitaria y transición.
Fuente: elaboración propia
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BIBLIOGRAFÍA
-
Hidalgo Burneo, D. (2014). El tránsito no automotor como re-conquista
del espacio público en el centro histórico de Loja. Tesis previa a la
obtención del título de máster en proyectos de arquitectura y urbanismo (sin
publicar). Universidad Europea Miguel de Cervantes – Valladolid.
-
Neira, H. (2007). La naturaleza del espacio público. Una
visión desde la filosofía. En O., Segovia (Ed.), Espacios públicos y construcción social (pp. 29-40). Santiago de Chile: Ediciones SUR.
-
Reeves, H., de Rosnay, J.,
Coppens, Y. y Simonnet, D. (1996). La más
bella historia del mundo. Santiago de Chile: ANDRÉS BELLO.
-
Salcedo, R. (2007). La lucha por el espacio urbano. En O.,
Segovia (Ed.), Espacios públicos y
construcción social (pp. 69-77).
Santiago de Chile: Ediciones SUR.
[1] Por lo menos en Ecuador,
es de dominio público que los propietarios de canales de radio y televisión,
así como de periódicos y otros medios de comunicación o de alta difusión de información,
“eran” a la vez propietarios de entidades financieras. En un espacio público de
estas condiciones, la difusión de la información refleja necesariamente
los pareceres de los grupos dominantes.