viernes, 15 de mayo de 2015

Guardianes de la memoria


Autor: Arq. Diego Hidalgo Burneo
DOCENTE CIPARQ UIDE LOJA


Se dice, en el lenguaje coloquial, que la memoria es ingrata (la individual). La memoria ciudadana (la colectiva) es más ingrata todavía. Ahora mismo, presas fáciles de un sistema-mundo que casi premia la histeria colectiva, sumergidos en la vorágine de nuestra existencia, la ciudad nos aparece como un escenario de estrictos límites físicos que nada más fija y resguarda un camino.


Agobiados y aturdidos por la concepción separatista de espacio y tiempo, y apremiando el segundo, hemos tratado de aumentar nuestras rapideces (es así, de manera especial, con el uso masivo del vehículo particular). Pero a la vez, en un círculo por demás vicioso, también el espacio de movilidad ha sido incrementado (sistema vial). Así, los tiempos de nuestros desplazamientos nuevamente aparecen dilatados por las distancias también adicionadas en función de esa nueva infraestructura.

  Con esto no se quiere decir que vivamos en un letargo inconsciente, mecánico o robótico sino que, aun teniendo plena consciencia de nuestros problemas de movilidad, seguimos presos en el sistema de la histeria colectiva que la precariza; es decir, existe desconexión e incongruencia entre lo que sabemos, lo que sabemos que debemos hacer y lo que hacemos efectivamente.

De esta manera, esperaríamos –a modo de anhelo- más atención sobre los objetos urbanos, no obstante de lo cual la ciudad se muestra sin alma. Es así porque no solo hemos olvidado la ciudad, sino también la capacidad para mirar.

Asimismo, la ciudad nos ha olvidado a nosotros en el sentido de que ya no formamos parte relevante de su paisaje; ahora, en la mayoría de los casos, tan solo somos figuras móviles y ajetreadas en un entorno construido, las piezas minúsculas y desprovistas de sentido para un rompecabezas-urbe mundial. De cierta forma, hemos diseñado la manera de auto flagelarnos en términos de expresión de ciudadanía: nos hemos excluido de la experiencia pública.

En este contexto, el centro histórico es, no solo por su naturaleza sino también por un llamado de urgencia (un grito desesperado), la mayor de las expresiones de ciudadanía de un pueblo, que no excluye, por supuesto, otras expresiones localizadas en los barrios, las esquinas u otro espacio de la ciudad. Pero en el centro histórico se conjugan todos los 'seres (como verbo) urbanos'. Es para sus usuarios, en el ámbito de la tangibilidad urbano-arquitectónica, lo más lejano en el pasado y lo más cercano en el presente. Es también, como posibilidad, lo más cercano de un futuro con proyección lejana. 

En alguna ocasión, hace aproximadamente siete años, un grupo de jóvenes repartía a los adultos mayores distintivos en forma de broches; incluso se los colocaban en el pecho. Esto sucedió en las inmediaciones del Parque Calderón, asignación popular para la plaza central de la ciudad de Cuenca. En el distintivo se leía la leyenda guardián de la memoria.


Imagen 1. Indígenas tzotziles luego de la Matanza de Acteal: los objetos significantes.
Fuente: elaboración propia a partir de http://i.ytimg.com/vi/g1WoL1laI3M/maxresdefault.jpg

Conforme a lo dicho hasta aquí, bien puede concluirse que el centro histórico es, para el individuo o la sociedad, el guardián de la memoria por excelencia.

BIBLIOGRAFÍA
-        Hidalgo Burneo, D. (2009). Las teorías de la arquitectura contemporánea en América Latina. Tesis previa a la obtención del título de arquitecto (sin publicar). Universidad de Cuenca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario