Autor: Arq. Diego Hidalgo Burneo
DOCENTE CIPARQ UIDE LOJA
Se dice, en el lenguaje coloquial, que la memoria es
ingrata (la individual). La memoria ciudadana (la colectiva) es más ingrata
todavía. Ahora mismo, presas fáciles de un sistema-mundo que casi premia la
histeria colectiva, sumergidos en la vorágine de nuestra existencia, la ciudad
nos aparece como un escenario de estrictos límites físicos que nada más fija y
resguarda un camino.
Agobiados y aturdidos por la concepción separatista de
espacio y tiempo, y apremiando el segundo, hemos tratado de aumentar nuestras
rapideces (es así, de manera especial, con el uso masivo del vehículo
particular). Pero a la vez, en un círculo por demás vicioso, también el espacio
de movilidad ha sido incrementado (sistema vial). Así, los tiempos de nuestros desplazamientos
nuevamente aparecen dilatados por las distancias también adicionadas en función
de esa nueva infraestructura.
Con esto no se quiere decir que vivamos en un letargo
inconsciente, mecánico o robótico sino que, aun teniendo plena consciencia de
nuestros problemas de movilidad, seguimos presos en el sistema de la histeria
colectiva que la precariza; es decir, existe desconexión e incongruencia entre
lo que sabemos, lo que sabemos que debemos hacer y lo que hacemos efectivamente.
De esta manera, esperaríamos –a modo de anhelo- más
atención sobre los objetos urbanos, no obstante de lo cual la ciudad se muestra
sin alma. Es así porque no solo hemos olvidado la ciudad, sino también la
capacidad para mirar.
Asimismo, la ciudad
nos ha olvidado a nosotros en el sentido de que ya no formamos parte
relevante de su paisaje; ahora, en la mayoría de los casos, tan solo somos
figuras móviles y ajetreadas en un entorno construido, las piezas minúsculas y
desprovistas de sentido para un rompecabezas-urbe
mundial. De cierta forma, hemos diseñado la manera de auto flagelarnos en
términos de expresión de ciudadanía: nos hemos excluido de la experiencia pública.
En este contexto, el centro histórico es, no solo por su
naturaleza sino también por un llamado de urgencia (un grito desesperado), la
mayor de las expresiones de ciudadanía de un pueblo, que no excluye, por
supuesto, otras expresiones localizadas en los barrios, las esquinas u otro
espacio de la ciudad. Pero en el centro histórico se conjugan todos los 'seres
(como verbo) urbanos'. Es para sus usuarios, en el ámbito de la tangibilidad
urbano-arquitectónica, lo más lejano en el pasado y lo más cercano en el
presente. Es también, como posibilidad, lo más cercano de un futuro con
proyección lejana.
En alguna ocasión, hace aproximadamente siete años, un
grupo de jóvenes repartía a los adultos mayores distintivos en forma de broches;
incluso se los colocaban en el pecho. Esto sucedió en las inmediaciones del Parque
Calderón, asignación popular para la plaza central de la ciudad de Cuenca. En
el distintivo se leía la leyenda guardián
de la memoria.
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Imagen 1.
Indígenas tzotziles luego de la Matanza de Acteal: los objetos significantes.
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Conforme a lo dicho hasta aquí, bien puede concluirse que el centro histórico es, para el individuo o la sociedad, el guardián de la memoria por excelencia.
BIBLIOGRAFÍA
-
Hidalgo Burneo, D. (2009). Las teorías de la arquitectura contemporánea
en América Latina. Tesis previa a la obtención del título de arquitecto
(sin publicar). Universidad de Cuenca.
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